lunes, 19 de octubre de 2009

juampi y flor: escrito a dos o multiples voces

Caminábamos cantando. No por miedo, no por conjurar fantasmas y esos demáses por lo que los intelectuales cantan; simplemente caminábamos por unas calles pedregosas y adoquinadas y cantábamos, a los gritos, desafinadamente, con cara de locos incluso, caminábamos cantando. No cantábamos lo mismo, ni siquiera usábamos el mismo idioma.

“Un poco torpes o demasiado cautos”, ingrávidos, flotando en ese aire redondo de burbuja iridiscente, tan música que se estampa contra el adoquín que hierve y nos esfuma, y te hace aire… Me hace agua, dedos en vos que se resbalan, tan antojados, y tan despojados de lo que no somos.

A veces éramos dos, a veces cinco o dieciocho; alguna vez llegamos a ser uno solo, pero en diferentes lenguas. Supongo que era divertido ver de afuera como nos multiplicábamos, nos dividíamos y todas otras formas muy severas de existir en diferente número y cantidad. Supongo que era divertido también para los enfermeros. Siempre venían. A veces no eran enfermeros; eran amigos, perros guardianes, vecinas chusmas, hombres tristes, pero en todo caso siempre hacían de enfermeros, cumplían esa función. Ellos seguramente se divertían al ver tal espectáculo.

Desorbitados por la madeja de manos y dedos que se entrelazaban. A veces eras vos. A veces yo.. blanca, tímida, temblando como una polilla contra el vidrio. Me desmalezo… bah, puro intento. Neto ahogo de lo que no y nunca. Putas vecinas, perros rabiosos, amigos traidores, tristezas fingidas, y a quien le importa si vos y yo, y las alas contra el vidrio que nunca se abre . Cantando, estrellados contra el transparente que nos consume y absorve y nos hace…. Aire.

¿Y ahora de qué me disfrazo? Una cosa es una polilla al aire aunque esté empastillada, rodeado de unos enfermeros que me asustan… ellos me asustan y el monstruo soy yo. Los monstruos, vos, el hada, el cisne, la catarata de cosas que se mencionan al pasar en conversaciones estúpidas. Más y más enfermeros, ellos portando jeringas, éstas portando drogas. El aire, resoplando en barriletes viscosos entra en mi pulmón o en el tuyo, por tus tetas o las mías. El aire sangra, el aire muge, gotean nuestros sueros adentro, y la canción en varios idiomas aunque los enfermeros y los perros de mierda y las vecinas.

No se qué quieren, ellos, tan insípidos y homogéneos en su blanco insoportable. Me dicen ¿Cómo estuviste hoy? Les respondo que nadando, volando, mutándome en vos y tus estambres. Él y ellos, extraños en su homogeneidad, al unísono te proscriben. Andróginos con sus fármacos y estereotípicos modismos me persiguen por las baldosas del patio. Monstruos con sus cabezas múltiples y sus exorcismos modernos azules, blancos, redondos o alargados, encapsulados en plásticos digeribles. Pobres, ellos y su egosintonía y criptas y grillas de manuales… Tanto me enjaulan y tanto se pierden. Lejos, en ese eco que no nos roza, ni resuena, ni entristece, ni apuñala.

Ellos no son sin nosotros, sin vos, sin los doce o tal vez los quince. ¿Cuándo comenzó esta vida nuestra de ser cinco o trescientos, de cantar en campos de almohadas, de dormir en ruinas de ciudades que serán construidas en el futuro? Ellos nacieron de nosotros, son nuestro propio suero goteándonos, están afuera y están adentro. Nos desairan y nos descantan, nos adornan y nos modorran; nosotros los amamos, los odiamos en esta hermosa, horrible escena donde se quitan las escamas y los parásitos, donde se enjugan de lágrimas opacas, se agusanan y nos corren, nos corren con palos, chalecos y pastillas. Eso es encontrarnos, correr como los chicos en el pasto; supongo que los parques buscan a los chicos de la misma forma que estos a aquéllos. Nosotros queremos cantar, queremos aire, queremos las pastillas, los palos los chalecos. Somos quince, somos tres. Cantamos. Coro sin idioma ni palabras.

FIN-